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domingo, 5 de noviembre de 2017

Vladímir Putin, un agente del KGB en Alemania Oriental




De 1985 a 1989, el actual presidente de Rusia trabajó como espía para la URSS en la República Democrática Alemana. Allí asistió a la caída del Muro de Berlín.

Hoy es el hombre más poderoso de la Rusia poscomunista, pero hubo un tiempo, antes de iniciar su meteórica carrera política, en que Vladímir Putin fue un simple y oscuro agente del desaparecido KGB en la extinta Unión Soviética. Al acabar la universidad, Putin fue reclutado por la agencia de inteligencia y, tras una década formándose entre Leningrado y el Instituto Andrópov de Moscú –donde adoptó un apellido falso, Plátov–, en 1985 sería enviado con el grado de teniente coronel a ejercer labores de contraespionaje en Dresde (República Democrática Alemana). Poco antes, en 1983, se había casado con la profesora Liudmila Shkrébneva, con la que tendría dos hijas, María y Yekaterina. Como él mismo ha confesado, los años pasados en la RDA fueron una de las experiencias más trascendentales de su vida.

Y es que Putin llegó a Dresde para cumplir su sueño de juventud: ser espía. En el libro de entrevistas Primera persona (2000), con un candor muy ruso que en Occidente toman por arrogancia, así lo reconoce: "Me atraían las historias heroicas en las que el esfuerzo de un hombre conseguía lo que no lograban los ejércitos y un espía podía decidir el destino de miles de personas". Pronto vio que el trabajo real que tenía que hacer no era tan emocionante como había imaginado, sino más bien burocrático. Eso sí, su familia disfrutaba de comodidades que le estaban vedadas en aquella época en la URSS: un buen apartamento, un buen coche, calles limpias, un nivel distinto de libertad y cultura. La RDA le pareció un pequeño paraíso, que moldeó su ideal de sociedad y le proveyó de la ambición de hacerse rico.

También, de una extensa red de contactos. Según Karen Dawisha, autora de La cleptocracia de Putin, las amistades que hizo en los años vividos en la Alemania comunista, tanto rusas –Serguéi Chemezov, Nikolái Tokarev– como autóctonas –Matthias Warnig–, manejan el cotarro actualmente en la Rusia "putiniana". Pero ese mundo idílico se vino abajo en 1989 junto con el Muro de Berlín, y la traumática vivencia del desplome le marcó tanto como lo anterior. Putin tuvo que defender el cuartel de la Stasi en Dresde de las iras de los manifestantes, mientras el Moscú de Gorbachov no hacía nada al respecto. Aquella dejación le pareció inaceptable y generó en él un fuerte desprecio por los políticos frágiles y la determinación de no ceder nunca al desorden, ya sea en Kiev o en la Plaza Roja.

Según muchos de sus críticos, este pasado explica su autoritarismo y otras turbias conductas como presidente: por ejemplo, la supuesta eliminación de periodistas incómodos por parte de sus servicios secretos. El caso más notorio, el de Anna Politkóvskaya: reportera y activista rusa, aunque nacida en Nueva York en 1958, se hizo conocida por sus revelaciones sobre la segunda guerra chechena y sus libros muy críticos con el presidente, como La Rusia de Putin (2004). Amenazada de muerte, sobrevivió a un intento de envenenamiento y recibió numerosos premios internacionales, pero ese reconocimiento no la puso a salvo de morir tiroteada en el ascensor del edificio en que vivía en Moscú, el 7 de octubre de 2006. La fiscalía acusó del crimen a unos chechenos cuyas huellas no coincidían con las halladas en el lugar de los hechos, pero todas las sospechas recayeron sobre el Kremlin.




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