Todas las tardes, cuando el sol caía, mi abuelo cumplía el mismo ritual.
Amorosamente, sacaba el polvo de cada disco de vinilo de su vasta colección. Primero los sacaba del estante donde dormían soñando con otras épocas. Luego a cada uno de su caja y como quien acaricia a un bebé, les pasaba una franela. Tardaba horas, pero no tenía apuro ninguno.
Cuando todos estaban relucientes y como para ir de fiesta, los volvía a acomodar uno por uno en sus estantes, todos prolijamente divididos por géneros musicales.
Sin embargo, había uno que antes de volver a su hogar de madera, hacía lo que más le gustaba: sonar. Mi abuelo colocaba ese disco en su viejo e impecable tocadiscos y con suavidad extrema, llevaba la púa a danzar feliz sobre el vinilo que parecía sonreír. El ritual era siempre el mismo, y siempre el mismo el tema que mi abuelo escuchaba.
Luego de colocar la púa en el disco, encendía su pipa, se servía un coñac y se sentaba en su sillón. Y mientras Mario Clavel comenzaba a cantar, él cerraba sus ojos y estoy seguro, volvía a un punto de su historia. Movía sus dedos siguiendo el ritmo y una sonrisa algo melancólica se instalaba en su rostro.
Mi abuelo no estaba allí. Cada día, por el tiempo que duraba ese bolero, se transportaba a otra época y a otro lugar, donde mi abuela lo esperaba. Confieso que por un tiempo no entendí qué podía tener de entretenido escuchar, tarde a tarde, siempre la misma canción. Reconozco también que la letra de ese bolero me parecía muy fuera de moda, hasta cursi.
Luego crecí, luego me enamoré, también me quedé solo y pude ponerme en la piel de mi abuelo. “Abrázame así, que esta noche yo quiero sentir de tu pecho el inquieto latir cuando estas a mi lado” El bolero empezaba de esa manera, y lo que antes me parecía una ridiculez, tenía ahora otro significado.
Yo soy joven y vendrán otros amores, pero ya mi abuela no volverá para mi abuelo. El no volverá a sentir el latir de su corazón y no compartirán más noches. Yo sabía que mi abuelo necesitaba otra noche con mi abuela y que sentía que -de algún modo- escuchando el bolero y cerrando los ojos, la tendìa. “Acércate a mí que esta noche vivamos los dos la más linda locura de amor”.
Y si, la de ellos había sido una gran locura de amor que sólo había terminado con la muerte de mi abuela, o ni siquiera con su partida. Era conmovedor verlo cómo esperaba esa hora para sentarse en su sillón, parecía rejuvenecer y en realidad un poco así era. Imagino que cerrando sus ojos, volvía a ver a ese hombre joven que fue, tomando de la cintura a mi abuela, meciéndose al compás de la música, con una vida por delante.
En ese recuerdo, el pasado se volvía presente, y en ese instante mágico en que Mario Clavel cantaba, mi abuela volvía a sonreír y él volvía a sentir la inmensidad de ese amor.
Una de esas tardes, me di cuenta que su viejo tocadiscos, aunque impecable, no sonaba muy bien. Pensé entonces en darle una sorpresa y le compré un equipo de audio modesto, pero moderno y por supuesto un compact de Mario Clavel que incluía el tema que mi abuelo siempre escuchaba.
Entusiasmado, le entregué el regalo esperando una reacción que jamás llegó.
- Gracias hijo, no lo necesito. Cámbialo por algo que te sirva a ti.
En vano fue tratar de hacerle entender que el compact sonaba mejor y que no estaría mal renovarse un poco.
- No quiero algo que suene a nuevo, quiero algo que suene igual a cómo lo escuchaba con tu abuela.
Y entendí que poco importa la fidelidad del sonido cuando lo que se escucha no es un tema, sino el latir de un corazón, como decía el bolero.
Mi abuelo recuperaba en ese tema y en ese sonido toda una época de su vida, y seguramente e igual que en el bolero, él volvía a contarle el más dulce secreto de amor a mi abuela. Un secreto que sólo ellos podían escuchar y que se renovaba tarde a tarde, cuando Mario Clavel comenzaba a cantar.
Liana Castello
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