Como ocurre ahora, un país demasiado poderoso no suele contar con las simpatías de los demás. Eso le pasaba al imperio español en el siglo XVI. La puntilla la puso Antonio Pérez, secretario de Felipe II. Intrigó en contra del hermano del rey, intentando que se enfrentaran, pero el tiro le salió por la culata y tuvo que huir.
Como su familia procedía de Aragón, que se regía por sus propios fueros y donde no le sería tan fácil juzgarlo, se dirigió a Zaragoza.
El rey empleó a la Inquisición para encarcelarlo, pero los aragoneses se amotinaron. Felipe II mandó a su ejército, pero para entonces Antonio Pérez ya se le había escapado otra vez, primero a Francia y luego a Inglaterra.
Allí ofreció la información con la que se crearía la leyenda negra. De poco le serviría, porque a la muerte de Felipe II su figura dejó de tener interés y murió en la pobreza.
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