Fue uno de los personajes más peculiares y excéntricos del Far West: dueño de un saloon, se autonombró juez y se hacía llamar "la ley al Oeste del Pecos".
Durante la conquista del Oeste de Estados Unidos, la administración de justicia muchas veces recayó en figuras poco convencionales: en un proceso de constante expansión que iba creando ciudades de la nada, la ley y sus representantes –sheriffs, marshalls, policías, cazadores de forajidos y jueces– a menudo se improvisaban también sobre la marcha.
Fue así, de forma sobrevenida, como Phantly Roy Bean Jr. (1825-1903) llegó a ser uno de los más famosos agentes del orden en el Salvaje Oeste del siglo XIX, apodado "el juez de la horca". Aunque él prefería hacerse llamar The Law West of the Pecos ("la ley al Oeste del Pecos"), río que discurre entre Nuevo México y Texas, pues fue en dicha área –en concreto, en Val Verde County, Texas– donde dictó sus sentencias este peculiar personaje.
Roy Bean nació en Mason County, Kentucky, en el seno de una familia muy pobre. A los 16 años emigró a Nueva Orleans en busca de trabajo y aventuras. Allí empezó a meterse en líos, por lo que acudió al llamado de su hermano mayor, Sam, quien tras luchar en la guerra con México se había establecido en San Antonio, Texas.
En 1848, los hermanos abrieron una oficina de Correos en el estado mexicano de Chihuahua; pero Roy volvió a las andadas y mató a un hombre en una reyerta, lo que provocó una nueva fuga, esta vez a Sonora. Esta vida pendenciera –a la que se sumaron sus múltiples aventuras amorosas: de joven era muy apuesto y tenía mucho éxito con las mujeres– fue una constante durante años, en los que viajó sin cesar de un lugar a otro y tuvo múltiples trabajos: camarero, contrabandista de armas, vendedor de madera puerta a puerta...
Finalmente, después de la Guerra de Secesión (1861-1865), contrajo matrimonio con la mexicana Virginia Chávez –veinte años más joven que él y con la que tendría cinco hijos– y estableció un pequeño saloon cerca del río Pecos, en una ciudad-campamento en el desierto a la que puso el nombre de Vinegaroon. Sucedía que el tribunal más cercano estaba a 320 kilómetros, en Fort Stockton, y el excéntrico Bean empezó a administrar justicia por su cuenta utilizando como sala de audiencias su propio bar. Y la función acabó creando el órgano: las autoridades del condado, ansiosas de contar con algún tipo de defensa de las leyes locales, lo nombraron oficialmente juez de paz de Pecos y Val Verde en agosto de 1882.
Su excentricidad como juez era chocante incluso en un mundo tan salvaje como aquél. Por ejemplo, escogía a los miembros del jurado entre sus mejores clientes, que estaban obligados a consumir bebidas durante las "vistas", y en el juzgado tenía un oso amaestrado, al parecer muy aficionado a la cerveza. También se enriqueció oficiando bodas y divorcios, aunque les estaba vedado a los jueces de paz, y concluía las ceremonias nupciales con la frase de las sentencias de muerte: "Que Dios se apiade de vuestras almas". Pero fue precisamente eso, las sentencias de muerte, que dictó por docenas, lo que le valió el apodo de "el juez de la horca". Así se llamó en España la mejor película sobre él, The Life and Times of Judge Roy Bean (1972, John Huston), en la que lo encarnó el mítico Paul Newman.
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