Los científicos dicen que en unos mil o dos mil años, si no nos matamos antes, tendríamos la capacidad para invertir el giro de la Tierra. Pero… ¿Por qué?
Desde hace 4,5 miles de millones de años, la Tierra gira sobre su eje en la misma dirección: de oeste a este, al contrario de las agujas del reloj si se tiene en cuenta el polo norte como punto de vista. Esto es común a todos los planetas de nuestro Sistema Solar, con la excepción de Venus y Urano.
Nuestro planeta rota sobre su eje polar a una velocidad de 1′670 kilómetros por hora, por lo que una rotación de 360° dura 23 horas, 56 minutos, y 4 segundos.
Esta rotación tiene distintas consecuencias, como el efecto Coriolis, que es el responsable, por ejemplo, del sentido en el que giran los anticiclones en cada hemisferio. Pero, ¿qué ocurriría si esa dirección se invirtiera por algún fenómeno o a los terrícolas se nos diera por cambiarla?
Un equipo de investigadores de la Universidad de Reading en el Reino Unido y el Instituto Max Planck de Meteorología en Alemania, han presentado en la asamblea general de la Unión Europea de Geociencias, que se ha celebrado este año 2018, en Austria, una simulación que muestra las consecuencias globales a nivel climático. El resultado es que el mundo sería muy diferente al que hoy conocemos.
Uno de los mayores cambios es que el ancho cinturón desértico que se extiende desde África Occidental hasta Oriente Medio sería reemplazado por un vergel, un paisaje verde de clima húmedo y templado.
En contraparte, las dunas cubrirían América del Norte y del Sur, hasta el punto de que el sur de Brasil y Argentina se convertirían en los mayores desiertos sobre la Tierra.
El sur de USA sufriría un brutal cambio climático desde la humedad a una aridez absoluta.
Toda Europa occidental, quedarían congelada durante los gélidos inviernos.
Además, según los investigadores, las cianobacterias, que son los organismos unicelulares que producen oxígeno a través de la fotosíntesis en el océano, aparecerían donde nunca antes lo habían hecho. Dominarían el norte del Océano Índico. Y la Circulación Atlántica Meridional de Retorno (AMOC), una importante corriente oceánica reguladora del clima en el Atlántico, se esfumaría para resurgir de nuevo en el Océano Pacífico norte.
Un planeta más verde
Estas condiciones climáticas completamente nuevas en todo el mundo se irían dando a lo largo de miles de años.
Curiosamente, los investigadores descubrieron que una Tierra que gira a la inversa tendría sus ventajas. En general, sería más verde. La cobertura mundial del desierto se reduciría en 11 millones de kilómetros cuadrados (de 42 millones a unos 31 millones de kilómetros cuadrados). Aparecerían praderas en más de la mitad de las antiguas áreas desérticas, y las plantas leñosas brotarían para cubrir la otra mitad. La vegetación de este mundo “marcha atrás” almacenaría más carbono que nuestra Tierra actual. Como punto negativo, los desiertos surgirían donde nunca lo han hecho: norte de China, sureste de EE.UU., sur de Brasil y Argentina.
Además de los tirones gravitatorios del Sol y la Luna, existe un abanico de factores que también pueden influir en la velocidad de la rotación, tanto incrementándola como ralentizándola. Por ejemplo, el aumento del nivel del mar provocado por el deshielo de glaciares o la atmósfera. Además, hay investigadores que creen que la presencia de vida tiene la capacidad de influir en la velocidad de rotación de un planeta a base de liberar gases como el oxígeno. Pero, ¿hay algo que pueda provocar que gire al revés? El impacto brutal de un gigantesco asteroide. Por seguro no viviremos para contarlo.
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