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sábado, 9 de noviembre de 2013

La siembra de Dátiles.


En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

- ¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo, contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- ¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro, contestó el viejo.
- ¿Qué siembras aquí, Eliahu?
- Dátiles, respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
- ¡Dátiles!- repitió el recién llegado muy sorprendido. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos.

- Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
- Setenta.
- Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer. Recién después de ser palmeras adultas estan en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años. Sin embargo, difícilmente creo que puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Anda, deja eso y ven conmigo.

- Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró. Otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto, y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

- Me has dado una gran lección, Eliahu.
- Déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste.

Diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.

- Te agradezco tus monedas, amigo. Es irónico, tu me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara, parecía cierto y sin embargo, mira ya coseché una bolsa de monedas; y además la gratitud de un amigo.




Dijo el Maestro: todos los días debemos de sembrar algo... sin importar si vemos los frutos o no.




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