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miércoles, 24 de enero de 2018

El ayudante de Santa Claus



Papá Noel recibe cada año todas las cartas de los niños, de todos los países del mundo, y él las va archivando según lo que piden: muñecos, videojuegos, ropa... Pero tenía una carta que no podía clasificar... en ella, una niña suiza, Erika, no pedía ni juegos, ni ropa ni material escolar. Decía lo siguiente:

'Querido Papá Noel: este año no quiero que me traigas ningún juguete, porque mi hermano es tan malo que siempre me los rompe. Sólo quiero que mi hermano sea bueno y no me moleste más, ni a mi ni a mi perrita, porque siempre le está haciendo trastadas'.

Papá Noel estaba conmovido. ¿Qué podía hacer para conceder el deseo de la pequeña? Lo primero que hizo fue buscar en la lista de niños buenos. Y ahí estaba Erika, entre los primeros nombres. Según ponía en la descripción, Erika ayudaba en casa, hacía sus deberes, se esforzaba por sacar buenas notas, y por si eso fuera poco, ayudaba a los ancianos y nunca se peleaba con sus amigos.

Después buscó el nombre de su hermano. Lo que se suponía: Hans no estaba en la lista.

Papá Noel pensó qué hacer. Y entonces se le ocurrió una idea. Recordó que muchos niños suizos le pedían en sus cartas que atrapara a Krampus, un demonio de grandes cuernos y dientes afilados, que paseaba a sus anchas por el campo atemorizando a todos y llevándose en un saco gallinas y ovejas.

Papá Noel buscó a Krampus y le encontró en una granja. Era enorme, y muy peludo, y cargaba a su espalda un enorme saco lleno de gallinas.

- Krampus- le dijo al demonio- Necesito que vengas conmigo. Necesito un ayudante para asustar a los niños que se han portado mal. Pero en lugar de gallinas, les llevarás carbón.

A Krampus le gustó la idea. Le encantaba asustar a los demás, y más aún a los niños. Así que aceptó.

Esa nochebuena, Hans recibió la visita de Krampus. Él pensó que había sido una pesadilla, porque se presentó mientras dormía, pero al ver sus regalos a la mañana siguiente, se dio cuenta de que fue real. En lugar de juguetes, sólo había recibido un montoncito de carbón. Con este gesto, aprendió la lección, y no volvió a portarse tan mal en casa nunca más.



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